En este blog podrán encontrar de todo un poco, como su nombre muy bien lo dice: Artículos, fotos, vídeos y opiniones realmente variadas ya sea que yo las haya escrito, que alguien me las pasara o que me las haya encontrado en la web.

17 nov 2007

Enfoque- La Nación, Jueves 15 de Noviembre del 2007

Nacion.com






Jorge Vargas Cullel | jovargas@nacion.co.cr.

Enfoque

Politólogo

Sé exactamente dónde estaba, el día en que el Gobierno anunció que suspendía la importación de petróleo. Atrapado en una interminable presa, sufría pensando que, si no salía pronto del enredo, llegaría muy tarde al baño. A mí los grandes acontecimientos siempre me pillaron con los pantalones abajo.

¡Qué imbécil! –me dije– ni me lo olí. Sabía que la cosa andaba muy mal cuando el petróleo sobrepasó los $300 por barril y anunciaron racionamientos. Hubo quejas y más de un partido de derechas argumentó que se estaban coartando las libertades individuales. Desde hacía años, los precios no cesaban de aumentar debido a la voraz demanda de India y China, las nuevas potencias; por su parte, Estados Unidos y los europeos no vendían y, más bien, compraban y cuidaban sus reservas. De vez en cuando recordaba los felices años al inicio del siglo XXI, cuando, con el petróleo a solo $100, apenas gastábamos el 7% del PIB en comprarlo.

Creo que todos intuíamos lo que se venía, pero nos hicimos los tontos. Eran los tiempos de la gran locura. Las políticamente poderosas agencias de carros vendían cada vez más, a sabiendas de que no había futuro; los bancos daban préstamos casi regalados para comprar autos, para deshacerse del exceso de liquidez, pero no para apoyar la producción; los Gobiernos renovaban las concesiones del cada vez peor transporte público, sin decir ni mu ni exigir nada, y lo de los trenes urbanos, una necesidad, se había vuelto “pura paja”. ¡No habíamos hecho nada para prepararnos!

O mejor dicho: lo hicimos todo mal. Frente a Cahuita, las viejas plataformas chinas eran un montón de herrumbre. En pocos años se acabó el petróleo, pero para entonces ya habíamos jodido el litoral. Nos volamos dos parques nacionales (uno de ellos el famoso Corcovado) para sembrar caña, pues Venezuela había prometido (y nuestro Gobierno también) que, si se la vendíamos, nos darían el etanol más barato. El problema fue que los suecos pagaron más y nos madrugaron.

Las noticias de la radio me quitaron de un solo sopapo las ganas de ir al baño. “¿Y qué rayos hago ahora?”, pensé. De manera casi instintiva apagué el motor, abrí la puerta y salí. Estaba como sonámbulo. Caí en la cuenta de que todos habían hecho lo mismo. La cara petrificada del tipo de a la par, el del ostentoso VMW-8000, era un poema. Dejé botado mi auto, con todo y las llaves puestas, y me fui caminando a casa. Miles hicieron lo mismo. Daba igual. Atrás quedó un inmenso desparrame de carros que en breve fue un tremendo chatarrero en plena zona chic.

Hoy llueve a cántaros, estoy viejo y hace frío.

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